sábado, 9 de abril de 2011

No es casualidad.

Esta tarde miraba una película, cuando aparté la vista de la pantalla y en el trayecto de mis ojos me cruce con el iPod e involuntariamente lo encendí, abrí el tweetdeck y ahí la vi. No era solo una foto de un atardecer en el campo. Era un momento mágico, mío, hace 18 años. Una sensación que ya sentí varias veces en la vida, lo que algunos llaman la conexión universal. Ayer volví a leer El Aleph y creo que eso que describe Borges esta al alcance de todos. Hace 18 años, era también sábado y el sol, ya empezaba a estirar las sombras. A esa hora, el trabajo en el campo se va terminando y solo queda acomodar las herramientas y los galpones, asegurarse que los animales no estén sueltos y algunas tareas menores más pero no menos importantes, al otro día, no se debe perder tiempo. Luego un baño profundo (porque la tierra incursiona en lugares que en la ciudad no alcanza) y el vermouth con chacinados, quesos, dulces y panes caseros. Ese día era calmo, una brisa suave hamacaba las hojas de la soja bien alta y si voluntariamente desenfocaba la vista, era un autentico oleaje de mar esmeralda. Una hilera de añejos eucaliptos y algunos sauces y paraísos jóvenes me rodeaban y el silbido del viento entre sus follajes sonaba como una canción de cuna con el mismo efecto del melancólico sonido de la lluvia fina. Estaba sentado en el guardabarros de un tractor en desuso que gallinas, gallos, pollos y patos usaban de parque de diversiones y para esconder sus tesoros. Ahí mismo encontré huevos, huesos y ramas. Elegí el guardabarros que me dejaba justo frente al lugar donde el sol se escondería en los siguientes minutos. Busqué la posición más cómoda. Recosté mi espalda sobre la cabina desde donde se conducía el tractor y mire fijo al sol. De chico, me habían dicho que no lo hiciera porque podría traerme problemas a la vista, pero desobedecía el mandato, y cuando tenia la oportunidad, lo hacia. Me acostaba boca arriba bajo el Sol con los ojos cerrados y lentamente los abría. Primero, todo alrededor de nuestra estrella iba desapareciendo, oscureciéndose y lo único que se veía era un disco amarillo que iba pasando al verde, al celeste, al azul y solo aguantaba mirar hasta que se ponía negro. Luego debía cerrar los ojos y por un largo rato no veía nada. Pero al atardecer y a esa edad, 21 años, ya no tenía el mismo efecto. Soportaba más. El sol estaba enorme y a medida que descendía, se acercaba más rápido al horizonte. En ese lapso, sentía que mi cuerpo se expandía y todo se iba integrando a mi, o yo al todo. En mi mente, ya no solo se escuchaban mis pensamientos que iban quedando lejos y callados, había murmullos indefinidos, no eran voces claras, sino murmullos. Sentía el sacudón en el pecho de cada latido de mi corazón, al mismo ritmo del viento y del movimiento de las hojas de la soja que estaba esperando que el Sol se sambullera en ella. Todo estaba perfectamente coordinado como una gran orquesta. Si extendía mis brazos, podía rodear la tierra y abrazarla, como si yo fuera inmenso y el planeta, solo una pelota inflable que venden en los patios de juegos de los Shoppings. La sensación me llevaba mas lejos... podía sobrevolar la tierra y maravillarme desde arriba con los cursos de los ríos, los caminos entre montañas nevadas, las formas de los lagos, los frondosos bosques tropicales, las pirámides doradas de Egipto y simultáneamente, las de Asia y México. El olor era bien definido. Era olor a oxigeno limpio... no me pregunten como lo sabía. Pero era una certeza en mí. Olía, en todo el recorrido, a oxigeno puro. Minutos atrás se mezclaban los aromas del gallinero, el maíz de los silos, las porquerizas, las jaulas de los conejos, algún humo de pastizales lejanos encendidos...Pero en ese trance, olía a Oxigeno. Luego de ese vuelo mágico, otra vez me quedaba frente al sol y ahí me encontraba conmigo, con mi alma y me invadía una conmovedora paz. El alma, me contaba cosas. Y yo volvía a sentir el recuerdo de mi niñez de mi mamá, o mis abuelos sosteniéndome en sus faldas, abrazándome y contándome historias de su infancia o cantándome olvidadas canciones del sur de Italia. Un estado de seguridad, paz y felicidad infinita. Nada sabía en ese momento de meditaciones, viajes astrales o cualquier disciplina o tradición espiritual. Aun desconozco, aunque se que existen y soy curioso, pero en esa época yo era muy terrenal. Músculos, Huesos, Piel y si, un espíritu... bastante oculto. Pero estaban estos momentos, que hoy, una foto de @monigps me hizo volver a vivir.
Aquí la foto.