viernes, 3 de junio de 2011

En el silencio habla el Alma

Vienes 3 de junio 2011. Tren de las 13:45. Estación Lacroze.

Estoy volviendo a casa y podria decir que comienza un nuevo fin de semana en soledad, en el que quiero dedicarle un poco de tiempo a escuchar mi alma. Tambien habrá tiempo para el cine, algo que me entretiene y dispara reflexiones, que por mi naturaleza, disfruto. Esta semana que termina mi cabeza y mi corazón estuvieron muy activos y ocupados. Por primera vez en los últimos años, los dos no me hablaron de problemas por resolver. No es que no los haya, sino que a diferencia de otras veces, los he resuelto con mucha facilidad, simpleza y responsabilidad. Mi Mente ha interpretado algunas señales que le ha transmitido a mi Corazón, y este músculo caprichoso, egocéntrico, temperamental, sencible y afectivo, tan temeroso y fragil, como valiente y fuerte, capaz de amar lo que le hace mal y los destruye, aun cuando la Mente analítica, dudosa, fría y que actúa independiente de cualquier afecto, le advierta que puede terminar herido, el blando Corazón esta dispuesto a defenderse e imponer su voluntad. Ahí es cuando comienza la discusión interna entre la Mente y el Corazón, entre el análisis y los sentimientos. Hablan, gritan, pelean, se comprenden, se apoyan, se miman, se valoran, se ponen de acuerdo y vuelven a pelear, hasta que el cansancio los agota, y el Alma que sabe esperar porque de donde viene no existe el tiempo y es sabia por su naturaleza divina, habla.
Lo hace con simpleza y contundencia. Lo hace con inconmensurable amor, misericordia, paz y tanta certeza que ni la Mente ni el Corazón pueden refutar. Lo que dice el Alma es la pura verdad, porque ella habla con las otra Almas de verdades. Ella conoce todos los secretos. El pasado, el presente y el futuro le es revelado y esta nos lo regala. Solo hay que escucharla. Es fácil, solo hay que esperar que por un instante, el Corazón y la Mente hagan silencio. Todos la hemos escuchado, se los aseguro. No hace falta entrar en profundos transes, ni tomar ningún alucinógeno, ni ser maestro en alguna disciplina espiritual, ni mucho menos tener poderes sobrenaturales o conocer milenarios rituales o recibir canalizaciones. Todos la hemos escuchado y reconocido. Porque cuando ella habla, experimentamos un profundo estado de paz, gracia y felicidad y en ese preciso y eterno instante, tenemos la respuesta necesaria, la verdad revelada. Porque el que nos habla, es Dios.